En una primera lectura, Cuentos de un hombre solo es una ventana hacia la intimidad de un personaje intensamente tocado por el dolor del abandono, avecinado en una ciudad chica que, versátil, también se mimetiza en urbes cosmopolitas de cualquier meridiano. Sin embargo, leer con detenimiento las historias que transcurren en estas páginas es habitar el mundo global y personalísimo de un hombre en sus treintas: experto en videojuegos, voraz lector de Borges, melómano casi sin etiqueta, observador de un mundo extenso en el espacio y el tiempo.