Estar en aquella cafetería parecía irreal, Melisa se preguntó si realmente debía ir, habían pasado al menos cinco semanas desde que vio a Fer. La cafetería se situaba en la zona céntrica de Toluca, sobre la Avenida Sebastián Lerdo de Tejada, junto al Teatro Morelos, era discreta, usualmente pocas personas pasaban por ahí, Fer solía describirlo como “un lugar conveniente”, el autobús paraba a pocos metros, esto hacía que el ajetreo a poca distancia ignorara el establecimiento: Melisa lo sabía bien, se había percatado de eso la primera vez que salió con Carlos, se dirigían a la parada cuando la lluvia los obligó a buscar refugio: la calma que inspiraban las sillas y mesas negras era combinada con las paredes blancas, dibujos enmarcados y mostrador de madera, era atendida por una pareja de ancianos, su trato era amable, lo que provocó que Mel regresara con otras personas para sostener conversaciones delicadas.
Fer y Melisa se conocieron a través de internet, Mel había respondido un comentario de Fer y de ahí se pasaron a mensajes privados, ambas acudían a la escuela en Toluca, en ese entonces, Fer se encontraba en Guanajuato y no regresaría hasta finalizar el año, por lo que se escribieron alrededor de seis meses, durante ese tiempo se contaron muchas cosas; Fer vivía en Metepec con sus papás y una hermana mayor, estudiaba arquitectura y nadie sabía que le atraían las mujeres; Mel vivía en Zinacantepec con sus padres, una hermana mayor y un hermano menor, estudiaba letras y había salido del clóset: sus padres aún esperan que sea una etapa, a sus hermanos el asunto no les importa, sólo no quieren que se le lastime.
Melisa pasó por varios momentos de autodescubrimiento, hasta encontrarse con el término “pansexual”, una vez comprendido dejó de cuestionarse: una persona le gustaba y ya no le preocupaba si era “bueno” o “malo”, la frase “sólo es” se convirtió en su mantra. Fer es otra historia, habría hecho todo lo posible por guardar su secreto, se convenció de poder vivir sin mencionarlo y entonces llegó Mel, con la excusa de ser amigas se habían escrito y al conocerse comprendió que aquel silencio le era corrosivo. La primera vez que se encontraron fue en el monumento a Morelos, en el Teatro, ambas estaban conscientes de la situación de la otra, así que Mel sugirió ir a aquella cafetería, la conversación fue bien, comieron y al terminar se dirigieron al “Café Dalí”, sobre Vicente Villada, en busca de una cerveza, el piso de arriba les proporcionaba la privacidad deseada, ahí algunos podrían conocer a Mel, pero el anonimato de Fer estaría garantizado. Aquel día, al despedirse, Mel sintió el impulso de querer besar a Fer, pero se contuvo, no había muchas personas alrededor, aun así, pensó que no era lo idóneo: ese no-beso sería algo que le atormentaría al separarse.
¿Cuántas cosas había decidido no hacer? Se preguntó Mel, habían pasado cinco minutos más de la hora acordada y eso le daba tiempo a pensar en qué hacer, qué decir, qué callar. Fer tampoco estaba segura de ir, pese haber sido quien pidió el encuentro, durante el camino todas las inseguridades habían surgido, pensó en las veces que habían salido, siempre se preocupaban por la discreción, si existía una mínima posibilidad de ser vistas, sobre-pensaban lo que compartían, fotos, canciones: nada debía dar indicios del tipo de relación real que sostenían, el miedo había ganado: nunca caminaron tomadas de la mano después de cruzar la calle, no se habían besado en un parque, ni en el cine, en ningún lugar donde la mirada indiscreta amenazara, su primer beso había sido en el baño del Centro Cultural, en un lugar poco transitado en sí buscaron ser las únicas; a veces se sorprendía de Mel, cuantas medidas de prevención soportaba para verla, se sentía culpable: le cambiaba planes a última hora, le colgaba el teléfono sin aviso, dejaba de responder mensajes... se sintió nerviosa al contactarla, cuando obtuvo un “sí” al encuentro se alegró tanto que no reaccionó hasta una hora después. Y ahí estaba, a punto de entrar a aquella cafetería, temía ser plantada, sintió un ligero alivio al ver a Mel sentada, esperándola.
Lo siento, te pedí vernos y llego tarde dijo Fer, sus palabras salieron como un suspiro, notó que la mesa elegida era la más lejana a las ventanas y puertas, lo usual para no ser vistas, un pinchazo de culpa le recorrió el cuerpo.
No te preocupes, tampoco llevo tanto, no sabía si venir, pero me ganó la curiosidad Mel forzaba una sonrisa, de nada había servido mentalizarse, el vómito amenazaba la garganta, agradeció cuando la encargada les preguntó qué ordenarían.
Fer pidió café y Mel un frappé de chocolate, ninguna se animaba a formular las preguntas que tenían, así que la primera media hora se trató de cortesías ensayadas, buscando disfrazar los nervios, hasta que la impaciencia llegó al límite.
¿Me dirás por qué estamos aquí o seguiremos evitándolo? Melisa no quería sonar agresiva, intentó que su tono fuese amable, pero falló, vio como la sonrisa de Fer desaparecía, sabía que podía callar, no lo hizo: la última vez concordamos no tener contacto.
Sí, la última vez concordamos en muchas cosas respondió Fer bajando la voz, miró alrededor, buscaba fuerzas de cualquier lugar y al no encontrarlas se obligó a hablar. Habló del miedo latente que sentía cada vez que se veían, le contó lo mucho que le dolía tratar a Mel como un secreto, como una amante y no como su novia, dijo que en más de una ocasión quiso gritar, que su relación le causaba ansiedad y llegó al punto de no saber si todo eso lo valía; Mel no la interrumpió, su expresión no cambió, se mantuvo serena, pero Fer notaba lo mucho que esas palabras le dolían, a ella misma le dolía pronunciarlas, pese a eso continúo, debía sacarlo, sólo así podría seguir, habló de su primer encuentro y lo mucho que deseó ser besada, cómo quiso abrazarla, expresar que era su novia, que se pertenecían y al llegar a este punto sintió que algo le rasgaba pecho: calló.
Melisa quiso confortarla, decirle que todo aquello estaba bien, que no importaba, pero guardo silencio, debía mantenerse imperturbable: había terminado el frappé y a Fer le quedaba poco café, una vez la taza estuviese vacía pensaba despedirse, ya no le interesaba el motivo de la reunión, siempre estuvo consciente de la situación, no para todos es sencillo salir del clóset, ella misma había vivido eso, sus padres pasaron por varias facetas, si en la actualidad no peleaban era sólo porque guardaban la esperanza de que le interesara un hombre y se olvidara de todo lo demás, “eso no me hará hetero, seguiría siendo pansexual”, les respondió al escucharlos, todo le parecía distante, de otra vida. Ahora pensaba en Fer, en ella, en la familia de Fer, no los odiaba o guardaba rencor, en un mundo ideal nadie tendría que dar explicaciones, pero al no estar en el idilio: tenían que buscar la aceptación y no herirse en el intento.
¿Recuerdas donde bebimos nuestra primera cerveza juntas?preguntó Fer. Melisa asintió algo sorprendida Vamos ahí, todavía no te digo porque quería verte.
¿Es en serio? Mel estaba estupefacta, comenzaba a molestarse, en cualquier momento perdería la compostura, toda su energía se centraba en contenerse Puedes decírmelo aquí o en el estacionamiento, ya me contaste lo que debiste contar cuando andábamos, esto me parece innecesario.
La cagué horrible, ¿no?
La cagamos quizá estaban demasiado sensibles, pero Mel no dejaría que Fer cargara con la ruptura como si fuese su culpa.
El día que nos conocimos estaba lloviendo dijo Fer con un tono de melancolía.
¿Qué tienes con ese día?
Fue un buen día.
Terminamos bien, creo comentó Mel, supuso que debía agregar algo, digo, no nos odiamos, podemos hablar bien…se permitió mentir.
¿Te acuerdas cuando te pregunté cuál es el estilo de la catedral? Fer añoraba esos días, donde hablarse no era una lucha de egos Me respondiste “neoclásico”, como si te ofendiera que te preguntara sonrió, pero así respondes cuando alguien te pregunta algo que sientes que es para medir tu inteligencia, eres lista, no necesitas que te lo digan.
Y aun así me lo dices.
Y aun así te lo digo.
¿Qué pasa? Melisa la miró fijamente, tenía la impresión de que en cualquier momento Fer lloraría.
Les dije a mis papás que soy lesbiana, no se lo tomaron bien hizo una pausa, ¿Qué podía decir? Estaba cansada, cansada de hablar de ella, de lo que sentía, de defenderse, mi hermana sí, a ella básicamente no le importa.
¿Cómo te sientes? Mel no sabía que preguntar, en ese punto siempre era complicado, la última vez que tocaron el tema Fer se había enojado: esperó ver alguna reacción, al no encontrarla preguntó: ¿Qué te dijeron?
Mi mamá lloró, dijo que no quería escucharme, mi papá me dio un sermón sobre como la mujer y el hombre deben estar juntos, lo están asimilando miró a los ojos a Mel, notó una mezcla de confusión y miedo, no te preocupes, no fue por ti, es sólo que no quería callármelo y cuando pienso en todo lo que te hice pasar me odio.
No creí que fuese por mí respondió Mel, sonrío, buscó la mano de Fer y por primera vez en la tarde no sintió nervios , no tienes por qué odiarte.
Conversaron un poco más, no lo dijeron, pero ambas sabían que no volverían a verse.
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