Hombre sin nombre:
Si las circunstancias de la vida fueran otras,
tú serías el amor de mi vida;
pero lamentablemente mis recuerdos son
efímeros destellos de amor.
Nunca he estado ebrio de amor, sin embargo, hoy siento la resaca de lo que amamos y lo que vivimos. Cómo desearía en este momento tener el gusto por el alcohol para ahogar mis penas: esta decepción la traigo atorada en la garganta que me impide expresar este dolor que me consume. Siendo sinceros, momentos reflexivos como éste me hacen concluir que esta relación la sufro más, no la disfruto como desearía. Una relación que no se disfruta no vale la pena prolongarla. No te preocupes, en verdad, ya no me acordaba de que cada vez me decepcionas más, fracturando el amor que siento por ti. He vuelto a escribir después de tantos días. Te confieso que tengo un dejo de extrañeza por tu ausencia, me cuesta trabajo ignorarte, a cada instante te evoco; sin embargo, mi fuerza de voluntad ha sido más grande que mi flaqueza, y no, no es una cuestión de orgullo, sino de amor propio.
El párrafo anterior te lo escribí una noche de nostalgia, te extrañaba mucho. Me inspiraste para escribir el libreto de una obra de teatro. Nunca fuiste a verla. Es una lástima: era una carta de amor. Muchos asistentes lloraron mientras la actriz la interpretaba, era sublime, como el amor que te tuve…
Siempre guardaré tu recuerdo con especial cariño. No todo, porque en su momento no tuvimos un compromiso que nos atara, además, tú tienes una relación. Que imbécil fui al creer que podías dejar todo por mí. Te entiendo. Esa comodidad y estabilidad sé que no las cambiarías por una aventura. Por un momento pensé que teníamos futuro.
Así que seguí mi vida, te dejé libre o más bien me liberé de ti. Decidí vivir en paz, sin una falsa promesa y esperando un compromiso verdadero y auténtico. Ciertamente me dolió y te extrañé, pero merezco una relación de verdad, no la miseria ni el intento de algo que ni nombre, ni rumbo, ni futuro tuvo.
A pesar de todo, te estimo. Deseo que seas feliz y que algún día tengas el valor de vivir tu vida por quien eres y no por lo que los demás esperan de ti.
Cuando nos conocimos me di cuenta de cómo correspondías a mis miradas constantemente. Era un juego que seguías un tanto confundido e interesado. Siempre adoré tus hermosos ojos azules. Recuerdo cuando me escribiste seductoramente invitándome a sumergirme en la profundidad de tus pupilas, tan azules como el mar. Tu mirada me desarmó, reconozco que me encantó corresponder en la sombra de la noche a la profundidad de tus ojos.
Si algo pudiera reclamarte es que no me permitiste reservar nuestras vivencias en fotografías. Siempre calculaste todos tus movimientos. Lo triste es que sólo serás un recuerdo archivado.
Rememoro cuando de forma posesiva me arrebataste un beso, al principio forzado, después correspondido. Entonces, me dejé llevar. Las caricias se sucedieron, generando una sensación de placer y relajación. Fue así como una momentánea felicidad me invadió, hasta que acepté esa aventurilla sin importancia… en aquel momento.
Te quise tanto que incluso me inspiraste a escribir las cosas más tiernas. La cursilería se desbordó en mí, sacaste lo mejor de mi esencia. Siempre me hacía tan bien escuchar tu voz, justo como en estos momentos. Recuerdo tus dulces palabras, el cariño que nos tuvimos, el amor que nos profesamos… Lo mucho que nos quisimos.
De pronto sentí que el universo se acomodó a mi favor: vi las maravillas de la vida, sentí arder mi espíritu, enloquecí de furor, creí que el amor regresaba de forma generosa y extraordinaria; agradecí a la vida por permitirme conocerte, por compartir la vida contigo. Creí por un momento que Dios me regalaba tu presencia, y que este encuentro sería el comienzo de una relación duradera y próspera, lo creí por un momento.
Visualicé una vida contigo, un día normal: compartiendo un hogar, despertando juntos en la misma cama, todos los días y todas las noches. Tomados de la mano por la calle o en el restaurante, oler tu colonia, tan sensual y varonil. Adoraba la forma en la que tu perfume se impregnaba en mi piel al contacto con la tuya, tocar tu barba, esa rasposa sensación tan excitante y enloquecedora cuando sentía tus vellos lijar mi piel. La vida a tu lado me parecía exquisita.
Constantemente te mantuve en mis pensamientos, te retuve en mi memoria; hasta que decidí ver la realidad: toda esta hermosa estampa era una mierda. Es así como todos esos momentos de alegría y júbilo se asomaron por la noche, cuando no podía estar junto a ti porque, yo asumí, estarías acompañado de tu familia.
Era inevitable estar nostálgico. A veces, a la medianoche tenía unas tremendas ganas de verte, de estar a tu lado, llamarte, pedirte dormir juntos, sentirte mío y no dejarte ir. Sabes lo mucho que me encantaba abrazarte, apretarte contra mi pecho, tocar tu espalda, rozar tu cuerpo con el mío. Definitivamente estuve enamorado.
Disfruté nuestras citas, fuiste mi prioridad, mi corazón era tuyo. Adoraba cuando comíamos juntos, nuestras pláticas. El apoyo que te daba al escuchar tus problemas laborales. Me gustaba estar presente para ti. Adoraba también las escapadas que dábamos: a caminar por el bosque, a conducir por la carretera o simplemente a permanecer en mi oficina conversando. Tu compañía me era grata, vislumbrar el ocaso platicando de proyectos juntos, o el momento de tomar unas vacaciones a tu país. Nos entendíamos perfectamente a pesar de los catorce años que me llevas.
Pero nada se llevó a cabo y, con ello, poco a poco moría mi esperanza de formalizar algo contigo, de ser una verdadera pareja.
Mi apego hacia ti fue creciendo a tal grado que sentía la imperiosa necesidad de tu presencia. De nada servían las llamadas telefónicas, ni los mensajes de texto. Escondernos no era opción para mí, pero para ti no había otra alternativa. Lo que me sorprendía eran tus muestras de afecto y los arrebatos de abrazos de vez en cuando en público a pesar de ser tan conocido.
Procuré no odiarme por intentar justificarte. Y aunque hasta hace unos meses persistió mi cariño por ti, fue más grande la desilusión generada al continuar esa relación. Procuré no generar que mis apegos debilitaran mi postura. Días o semanas después, no recuerdo bien, me pediste perdón por tu ausencia y, aunque te quise mucho, ya estaba cansado de eso. Aun así, no pude evitar sentirme abandonado. Mis pensamientos se inquietaban al guardarte rencor por momentos, pero la verdad es que no podía odiarte, sólo estaba profundamente decepcionado.
Pasaron más días, te regalé mi perdón. Recordé los buenos momentos que vivimos juntos, así pude alejarme de ti tranquilamente. Te extrañé un poco pero paulatinamente fuiste convirtiéndote en un breve recuerdo en mi lista de amores pasados. Nunca nos tomamos fotografías juntos, a petición tuya. De la misma manera, parece que nunca construimos recuerdos. Estas líneas me hacen concluir que realmente no me quisiste como yo pensaba. Estaba embravecido por tu indiferencia.
Nunca te lloré, aunque tuve ganas. Estoy seguro de que no te merecías mis lágrimas. Deseo que terminemos bien, en paz. Ojalá hubieras sido aquel amante permanente. No tengo más que buenos deseos para ti.
A pesar de que por mucho tiempo te evocaba, poco a poco te fui olvidando. Sé que me extrañabas porque estabas al pendiente de mí. No nos vimos en mucho tiempo, hasta que coincidimos en un evento. Noté un poco de amor en tus ojos cuando me miraste nuevamente, en la forma en cómo me abrazaste. Hasta que un día me lo dijiste: “Quiero que sepas que en verdad te quiero y me importas mucho”, pero ahora yo ya no creía nada, es más, ya no sentía lo mismo por ti.
Para terminar esta carta, quiero que sepas que: te amé, te extrañé, te sufrí y te odié. Ahora sólo queda regalarte mi perdón para luego olvidarte, pudiste ser el amor de mi vida, vivir en pareja, envejecer juntos. Ser compañeros y amarnos. En fin, tu decisión fue otra y yo solamente me alejé cuando me dejaste caminar solo. El verdadero amor implica una promesa de libertad, la libertad de amar a la persona de quien uno se enamora con una real entrega. Eso es amor, quizá tú no lo entiendas, o quizá yo no lo he experimentado nunca.
Con amor, tu querido amante
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