Este texto fue uno de los ganadores del Clan de letras edición agosto, cuya temática fue Derechos Humanos.

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Diesen Weg gehst du

Diesen Weg gehst du

Escrito por Erasmo W. Neumann, 26 Sep · No. de Visita: 1839


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El sol no llegaba al cénit cuando un individuo se plantó frente al edificio de la Dirección General de Seguridad y, sin decir una palabra, arrojó una nariz putrefacta a los pies de los oficiales que montaban guardia. Aunque en un principio éstos solamente intercambiaron miradas perplejas, pronto repararon en que se trataba del hombre más buscado de Ecatepec: el “Carpintero vengador”. Entonces desenfundaron sus armas cuan rápido les permitieron los nervios y le ordenaron llevarse las manos a la nuca. Él obedeció sin chistar y permitió que lo esposaran al tiempo que, con un suspiro resignado, evocaba los acontecimientos que lo condujeron hasta allí.

            Todo comenzó con la muerte de su hija durante un asalto al transporte público; el ladrón le disparó por rehusarse a entregar el móvil, y aunque el resto de los tripulantes aprovecharon la situación para desarmarlo y retenerlo, el tiro fue fatal. Todavía no se escuchaba la sirena de la patrulla cuando arribó para confirmar, los ojos anegados en amargura, que la víctima era su pequeña. El arresto del responsable fue consuelo efímero: semanas más tarde, su abogado lo enteró de que, puesto que los pasajeros golpearon al criminal y se incurrió en un número de faltas protocolarias durante la detención, el delegado de la Comisión Estatal de Derechos Humanos determinó que se violaron sus garantías y, con ello, dio a la defensa elementos para anular el proceso.

En el acto solicitó audiencia con el funcionario, quien no era sino un chico recién egresado de la universidad.

            —¡Es un atropello! —le espetó—. ¿Qué hay de los derechos de mi hija? ¿Quién la defendió a ella? ¡La mataron y tú ni siquiera alzaste la voz!

El muchacho, sin embargo, no veía en su proceder sino el mero cumplimiento de sus obligaciones.

            —Créame que si fuera usted el preso, señor, también me cercioraría que lo hubiesen tratado con justicia.

            En el Ministerio Público le expusieron argumentos similares, y el juez desestimó cuantos recursos invocó para revertir el escenario. No le restó sino ver, impotente, exonerado al asesino de su hija.

            —Descuide. Ya caerá por otra cosa —le aseguró el fiscal, y aunque él confiaba en que así sería, no estaba dispuesto a esperar.

            A menos de un mes del veredicto, el ladrón amaneció muerto en un callejón de Ciudad Azteca y, como la policía no lo encontrara ni en su domicilio ni en su carpintería, terminó por encabezar la lista de sospechosos. La situación empeoró al descubrirse que en el bajo mundo hablaban de un sujeto que, armado con una clavadora eléctrica y un martillo, intimidó a las personas adecuadas hasta dar con el bandido. No tardaron las más mordaces plumas del municipio en enterarse y difundir la historia del vigilante que, cual manado de alguna tira cómica, se procuró con las herramientas de su oficio la justicia que el sistema no proveyó. La subsecuente cacería del “Carpintero vengador”, como lo referían en las calles, se convirtió en un ardid mediático, y su aprehensión se volvió prioritaria para las autoridades luego de que, a tres semanas de la primera ejecución, vecinos de Tulpetlac informaran el hallazgo de otro cuerpo: el del funcionario de la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Además de molerle la cabeza a golpes, le amputó la nariz como para que no la metiera de nuevo en donde no debía.

            Ésta no aparecería hasta que el justiciero se entregara unos días después, resuelto a poner fin a la violencia y encarar las consecuencias de sus actos. Ignoraba, no obstante, que la fortuna no movía aún todas sus piezas: cuando lo conducían al interior del edificio para ficharlo, un hombre se acercó por la calle de López Mateos y, raudo, le descargó los seis tiros de su revólver.

            —¡Esto es por mi hijo, cabrón! —exclamó entre lágrimas antes de que los oficiales lo abatieran.

            Ese homicidio dejó claro que no solamente el carpintero había saciado su sed de revancha, pues la identificación en los bolsillos del agresor lo reveló como el padre del joven delegado de Derechos Humanos. La rabia de uno derivó en la tragedia del otro y, en su dolor, ambos escribieron con sangre una historia que en esa sucia acera llegó a su punto final.


Autor:

Erasmo W. Neumann

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