Te leí entre juegos y eso bastó para tener fe en llanuras cubiertas de cálidas palabras, en las leyendas de la calle y las de mi casa, e incluso aún más lejos muy pegado del reflejo de la luna.
Era verano tenías tantas ganas de salir a brincar con los zapatos de charol y la cara cubierta de grumos de algodón de azúcar. ¡Pero no! ¡Los zapatos debían estar limpios! Corre despacito, que no te escuchen.
Miro el reflejo de la ventana, se tropieza con una mirada difusa pero con mucho fuego a medio apagar con sal, cortantes, cruzadas, perdidas desde el ojo hacia el arete del labio.
Cráteres de labial desterrados por el color del vino.
Cambio de estación…
Olor a vino, tal vez ron y un poco de tabaco o quizá algo más…
Te sientas a mi lado y me saludas, ¡qué sonrisa!
Te presentas con INE en mano, como si de un trámite burocrático se tratase, y tu celular torturaba mi oído a tan altas horas de la noche.
Cambio de estación…
¡Quema! En verdad me siento fatal, él me dejó, ¡Que se pudra! ¿Has leído México Bárbaro? Léelo, ¡tienes que leerlo! Estudio Sociología, mucho gusto…
Una y otra vez escuchaba su llanto cortado.
Debes decirme en dónde bajar, por favor.
El silencio se comía el tiempo entre una estación y otra con las miradas, los gestos y las pocas ganas de quien habitaba la obscuridad de la ciudad.
Cambio de estación…
Te doy todas las armas que tengo, mi número por si algo pasa en los callejones, invoca antes de entrar a casa.
Una charla calmada antes de despedirnos y una mirada de suerte que tiene piedras, cada mineral con un, “espero que llegues viva”.
Tomas con fuerza tus lágrimas y el gas pimienta, y acomodas los recuerdos para que no se salgan, avanzas con incertidumbre y con más terremotos que esperanzas.
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